Nunca pensé que unas piedras diesen tanto para escribir. Me remonto
a mis años de niña, que de esto hace muchos, muchas años. Los
niños y niñas más inquietos y traviesos nos subíamos a las faldas
del Castillo, y allí hay una piedra que se llama LA PIEDRA
ESBARAORA.
Cuántas veces me
tiré por esa piedra. Cuántas moraduras llevaba en mis piernas, pero
qué risas y alegrías por tener esa PIEDRA ESBARAORA, que no era de
nadie, era de todos.
Muchos años
después, un tercer día de Pascua, subimos a merendar al castillo y
después fuimos con nuestros hijos para que conocieran LA PIEDRA
ESBARAORA. Si de pequeña me alegraba, muchos años después la
sensación fue mayor. Desde allí divisaba el Mar, Los Valles y en
ese mes el olor a azahar que tiene mi Pueblo. La alegría fue grande,
y si no miren Vds. esta fotografía.
Pasaron los años
y ésta niña llegó a una hermosa juventud, de trabajo, de amigos y
de glorieta. Entre esos amigos había una más especial que era
guapo, muy guapo, con unos grandes ojos de color turquesa. Ese amigo
empezó a acompañarme de la glorieta la plaza Mayor.
Qué encanto tiene esa plaza
con sus porches, sus pilares, y su Iglesia.
El reloj marca las nueve y media,
es hora de despedirse.
Que mágicas, qué prudentes, qué calladas
son esa piedras que tanto saben.
Amparo Gómez Calvo 08-01-2014
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