RECUERDOS
Lo nuestro, fue un amor a primera vista, un flechazo en toda regla.
Tengo que confesar que yo entonces tenía
treinta y nueve años, y a esa edad, el corazón se adueña fácilmente de la mente. He pasado
veintiséis años a su lado y he sido dichosa y feliz a raudales dentro de sus
cuatro paredes. Recuerdo que la primera vez que la vi, me ilusionó tanto que no
detrás de pocos contratiempos muy serios
de salud durante año y medio, aún nos
estaba esperando a mi marido, a mis
hijos adolescentes y a mí, vacía sin que nadie la hubiese comprado. Era y sigue
siendo una vivienda adosada en el
municipio de Gilet, en la calle Villas de Gilet, 16, según se sube a la
urbanización de La Paz. Entonces, la
calle únicamente se componía de una docena de viviendas, era una calle con una
única salida, pues la zona por aquel
entonces se encontraba rodeada de monte
y pinos centenarios, que encaramados a la montaña escalaban erguidos hasta la
cima persiguiendo los últimos rayos de sol. La zona se encontraba
envuelta por el aroma que desprendían el tomillo y romero del monte
cercano. Me enamoró la casa a primera vista, con su verja de hierro en arco que
trajo a mi memoria los años de mi niñez.
El sol entra a raudales hasta medio día
por su parte este, y al mediodía,
hasta el atardecer se esconde por el este detrás de la montaña.
Es una casa acogedora , de dos
plantas y yo de algún modo me sentí protegida dentro de ella, tiene en su
entrada principal, un pequeño jardín que al verlo por primera vez, tuve la
sensación de que estaba desvalido y abandonado, únicamente se ornamentaba con
una pequeña mimosa que con los años se hizo tan frondosa que sus ramas
alcanzaban las ventanas de los
dormitorios de mis hijos, en época de floración se colmaba de infinidad de
florecillas amarillas otorgándole un aspecto impresionante y majestuoso. Más
tarde, al cobijo de una pared, planté un galán de noche que en los atardeceres
de verano nos regalaba un aroma dulce y
embriagador.
En mi deseo continué poblando el pequeño terreno como si de un gran
jardín se tratase, emplacé al pie de la verja, una buganvilla de flor morada y
que adueñándose ésta de la verja, cubrió
con sus flores y ramas. Igualmente
dejé un hueco donde di cabida a
un naranjo, y por último, reservé un trocito de tierra donde planté una
magnolia, que espero ver algún día,
cuando llegue a ser adulta y en sus ramas
despunten florecientes sus
grandes y preciosas flores blancas.
Convertí el pequeño terreno en un vergel, del
que he disfrutado cada día de los veintiséis años que viví allí. Mis hijos
llegaron a la casa siendo unos niños adolescentes, y salieron convertidos en
hombres y buenas personas, Mi marido y yo llegamos siendo jóvenes, y entre sus
paredes hemos vivido la transformación de nuestras vidas y nuestros
cuerpos, salimos (digamos) en el umbral de la tercera edad,
repletos de vivencias bonitas y menos
bonitas, que han cargado de energía las mochilas que todos llevamos a la
espalda, para poder seguir el camino que la vida nos tenga reservado.
María Isabel
Garcés
No hay comentarios:
Publicar un comentario