lunes, 19 de enero de 2015

María Isabel Garcés. Calle Villas de Gilet, 16.


                                                RECUERDOS
Lo nuestro, fue un amor a primera vista, un flechazo en toda regla. Tengo que confesar que yo entonces tenía  treinta y nueve años, y a esa edad, el corazón se  adueña fácilmente de la mente. He pasado veintiséis años a su lado y he sido dichosa y feliz a raudales dentro de sus cuatro paredes. Recuerdo que la primera vez que la vi, me ilusionó tanto que no detrás de pocos contratiempos muy  serios de salud durante año y medio, aún  nos estaba esperando  a mi marido, a mis hijos adolescentes y a mí, vacía sin que nadie la hubiese comprado. Era y sigue siendo una vivienda  adosada en el municipio de Gilet, en la calle Villas de Gilet, 16, según se sube a la urbanización de La Paz.  Entonces, la calle únicamente se componía de una docena de viviendas, era una calle con una única salida, pues la zona  por aquel entonces  se encontraba rodeada de monte y pinos centenarios, que encaramados a la montaña escalaban erguidos hasta la cima persiguiendo los últimos rayos de sol. La zona  se encontraba  envuelta por el aroma que desprendían el tomillo y romero del monte cercano. Me enamoró la casa a primera vista, con su verja de hierro en arco que trajo a mi memoria  los años de mi niñez. El sol entra a raudales hasta medio día  por su parte este, y al  mediodía, hasta el atardecer se esconde por el este detrás de  la montaña.  Es una  casa acogedora , de dos plantas y yo de algún modo me sentí protegida dentro de ella, tiene en su entrada principal, un pequeño jardín que al verlo por primera vez, tuve la sensación  de que estaba desvalido  y abandonado, únicamente se ornamentaba con una pequeña mimosa que con los años se hizo tan frondosa que sus ramas alcanzaban  las ventanas de los dormitorios de mis hijos, en época de floración se colmaba de infinidad de florecillas amarillas otorgándole un aspecto impresionante y majestuoso. Más tarde, al cobijo de una pared, planté un galán de noche que en los atardeceres de verano   nos regalaba un aroma dulce y embriagador.
En mi deseo continué poblando el pequeño terreno como si de un gran jardín se tratase, emplacé al pie de la verja, una buganvilla de flor morada y que adueñándose ésta de la verja, cubrió  con sus flores y ramas. Igualmente  dejé un hueco  donde di cabida a un naranjo, y por último, reservé un trocito de tierra donde planté una magnolia, que espero ver  algún día, cuando llegue a ser adulta y en sus ramas  despunten florecientes  sus grandes y preciosas flores blancas.
Convertí el pequeño terreno en un vergel, del que he disfrutado cada día de los veintiséis años que viví allí. Mis hijos llegaron a la casa siendo unos niños adolescentes, y salieron convertidos en hombres y buenas personas, Mi marido y yo llegamos siendo jóvenes, y entre sus paredes hemos vivido la transformación de nuestras vidas y nuestros cuerpos,  salimos  (digamos) en el umbral de la tercera edad, repletos  de vivencias bonitas y menos bonitas, que han cargado de energía las mochilas que todos llevamos a la espalda, para poder seguir el camino que la vida nos tenga reservado.  

                 María Isabel Garcés


No hay comentarios:

Publicar un comentario