Tenía ocho
años, y mi hermana doce. Íbamos a llenar los cántaros de agua a las fuentes
ubicadas en varios puntos de Sagunto. Era el año 53, y no teníamos agua
corriente en las casas.
El agua de
dichas fuentes tenía un horario, y la gente iba a guardar cola para cuando la
diesen estar a punto. Se formaban unas colas muy grandes, a veces estábamos dos
horas o más. Pero lo más triste era que cuando ya te tocaba llenar, en ese
momento cortaban el agua, y nos volvíamos a casa con los cántaros vacíos.
Las fuentes a
las que íbamos estaban situadas, una en la pared de la iglesia de Santa María,
junto al Banco de las Mentiras, y la otra en el pasaje de la calle Mayor, hacia
la plaza de la antigua pescadería.
No sé qué
horarios habría para llenar, pues hace tanto tiempo que no me acuerdo, eso sí,
no debía de ser en tiempo de escuela, porque mi hermana y yo no perdíamos
ningún día de clase.
¡Era otro
tiempo, y en un lugar cualquiera! ¿Pero tiempos maravillosos!
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